lunes, 11 de febrero de 2013

El chicle


Habían quedado en la puerta de una librería del centro. Elisa llegaba tarde a la cita, como siempre. Al encontrarse ambos, Roberto pudo analizar su aspecto y descubrir que volvía a aparecer en chándal, despeinada, como recién levantada. Roberto no se había arreglado demasiado y tampoco perfumado, pero, aunque la llevaba sin remeter, había elegido su mejor camisa. También se había peleado con el peine, objeto que empezaba a odiar (quizás porque estaba empezando a perder pelo, cosa que le producía pánico).

Elisa llegó a Roberto, al fin, y le besó; fue un beso breve y el chico notó el sabor y el olor a tabaco en la boca de ella. Elisa no había cuidado ninguno de los aspectos físicos básicos para la cita, y este último empezaba a sentirse como un completo idiota.

-         ¿Quieres un chicle? –dijo Roberto, con sutileza.
-         ¿Por qué iba a querer un chicle? –contestó Elisa-. ¿Acaso me huele mal el aliento?
-         Yo no he dicho eso, simplemente acabo de comprar unos chicles viniendo hacia aquí y te he ofrecido uno. ¿Siempre tienes que estar a la defensiva?

Elisa entró primero en la librería, dando la espalda a su novio y zanjando así la discusión. Una vez dentro, cada uno se dirigió a una sección diferente: él empezó a ojear algo por la de ciencia ficción y ella se detuvo en poesía. Al cabo de un rato, volvieron a encontrarse en el pasillo y Elisa llevaba un tomo de Baudelaire.

-         Me encanta la poesía, deberías leer poesía –dijo ella.
-         No es algo que suela apetecerme, pero aun así me he leído “Les fleurs du mal” -dijo, señalando el libro que ella llevaba agarrado.

Roberto se acercó a Elisa y, acariciándole el trasero y haciendo un duro esfuerzo por olvidarse del sabor a tabaco, la besó apasionadamente. Ella, pese a su dejadez manifiesta cuando se trataba de verle a él, era una chica preciosa. Se habían conocido en una exposición de arte contemporáneo, entre figuras que pretendían llegar a insinuar algo, de cualquier forma o manera. Elisa llevaba una camisa blanca y una falda de cuadros ajustada que dejaba ver sus muslos hasta límites escandalosos; la atracción entre los dos fue prácticamente inmediata.

El beso no duró lo suficiente ni tuvo el efecto esperado, ella se separó de él con un ligero empujoncito y se dirigió otra vez a la sección de poesía. Roberto se quedó plantado en el pasillo observándola durante un rato, esperando que le devolviese la mirada, pero ella no parecía advertirlo o simplemente no quería seguir con el juego.

Al cabo de un rato, Elisa se acercó a un chico que rondaba por allí e inició una conversación con él. A juzgar por el tono, Roberto se percató de que le estaba preguntando algo, pero no podía estar seguro porque no escuchaba claramente lo que se decía desde su posición, y la música de ambiente tampoco ayudaba demasiado. El corazón de Roberto empezó a latir con furia, éste podía notar cómo la sangre caliente llegaba a su cabeza y volvía a bajar por el cuello hasta sus puños, que se cerraron violentamente. Optó por acercarse a Elisa, y mientras lo hacía tenía la sensación de que cada uno de sus pasos resonaba por toda la librería. Llegó hasta ella y pasó un brazo por su cintura.

-         Elisa, cariño, tengo hambre. ¿Te apetece que nos vayamos a cenar a algún sitio?
-         Un segundo, Roberto, estoy hablando con este chico.
-         Soy Samuel, por cierto –dijo el intruso, y estrechó la mano de Elisa a modo de presentación. Después miró a Roberto y, dubitativo, le ofreció también a él su mano. Éste miró a otro lado, disimuladamente.
-         ¿Pero a ti qué coño te pasa? –preguntó Elia, dirigiéndose a su novio.
-         ¿De qué estás hablando?
-         Vienes aquí como un machito intentando marcar territorio. ¿Acaso no puedo mantener una jodida conversación con alguien?

Samuel miraba a otro lado, intentando apartarse de la conversación, pero desde el punto de vista de Roberto lo estaba empeorando todo con esa actitud de buenazo hijo de puta.

-         Mira –comenzó Roberto-, estás sacándolo todo de quicio hablando así delante de un completo desconocido. ¡Me estás dejando peor que a una mierda!
-         Será porque eres peor que una mierda.
-         Además, le estás preguntando algo de “Las flores del mal” y antes te dije que yo lo había leído. ¿Soy tan insoportable para ti que ni siquiera podemos mantener una puta conversación?
-         Me voy –concluyó Elisa. Agarró el brazo de Samuel y los dos salieron por la puerta de la librería.

Roberto nunca se había enamorado de una mujer, pero por algún motivo consideraba que Elisa era distinta a las demás y siempre había intentado tratarla de la mejor manera. Ahora se había ido con otro tío y no sabía si se trataba de una simple lección o no, si volvería a él o, por el contrario, desaparecería para siempre, pero lo que Roberto sabía seguro era que la quería. En una de las manos tenía agarrado un ejemplar de “Yo, robot”, y no había reparado en ello hasta un rato después de que Elisa saliese por la puerta con aquel tipo. Roberto dejó el libro en una estantería al azar de la sección de poesía y salió de allí, en dirección a su casa. 


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