sábado, 2 de marzo de 2013

La paja


Al final de la conversación me encontraba en el salón, de pie. Arrojé el teléfono móvil sobre uno de los dos sofás que componían el centro de la habitación y, por algún extraño motivo, decidí que era el momento perfecto para cascármela; no quería pensar en otra cosa que no fuese mi mano frotándose sobre mi nabo. Al carajo todas las mujeres de carne y hueso del mundo, me conformaba con una proyección cuando el amor dejaba de tener sentido. Al fin y al cabo, siempre había sido así cuando me rechazaban en el instituto, cuando lo único a lo que podía aspirar con la cara repleta de pústulas y de pus era a provocar asco, repulsión y, con un poco de suerte, lástima. ¿Dónde habían estado las mujeres entonces? ¿Dónde había estado mi madre?
No fue difícil encontrar un vídeo que me excitara. Una mujer rubia, teñida, con rasgos asiáticos, era embestida una y otra vez por un macho blanco de tupé y patillas a lo Elvis. Me puse manos a la obra, en el sagrado salón de la casa de mi familia, donde media hora antes había estado cosiendo la mujer de mi padre y jugando mi hermano pequeño a la consola. Al principio pude concentrarme en el simple hecho de masturbarme, pero poco a poco fui desviando la atención hacia otro factor que, dependiendo de la perspectiva que pudiera suscitar dicha situación, podría tratarse de un detalle nimio: aquella pareja estaba disfrutando; por primera vez en muchísimo tiempo encontraba un vídeo en el que una mujer disfrutaba del sexo sin pretensiones mientras era filmada. Las piernas de la chica rubia, teñida y de rasgos asiáticos temblaban en el vaivén del proceso y sus gemidos no eran teatro. No sabría explicarlo mejor, pero es tan simple como eso, como que en sus suspiros, en sus gimoteos, en su mirada o en sus movimientos no había el menor atisbo de pretensión o teatro, nada era forzado. Pensé que aquel polvo, grabado a lo mejor años atrás, tenía todo el sentido del mundo; es decir, aquellas dos personas que follaban para otras miles, quizás millones de personas, seguirían follando digitalmente hasta, quizás, el final de nuestra civilización, y lo seguirían haciendo con ganas mientras el resto de los humanos se odian, se insultan, se destruyen y autodestruyen, se incineran, se drogan, se envilecen y dan paso a otra generación de humanos que se odian, se insultan, se destruyen y autodestruyen, se incineran, se drogan y se envilecen; y mi paja progresaba hasta que, definitivamente, me corrí sobre un pañuelo de papel arrugado.