Pongámonos en situación...
Es sábado por la noche, y todo el mundo va al mismo sitio, en este caso estoy hablando del "botellódromo".
El botellódromo es un lugar mágico... No se qué cojones tiene, pero la gente que te cruzas allí siempre te va a parar para saludarte, aunque te conozca de dos días.
¡¿Qué más da hombre?! ¡Estamos de fiesta! Casi todos estamos borrachos, y nos llevamos bien.
Al día siguiente vamos andando por la calle y nos encontramos al tío ("X") que la noche del sábado te abrazó y estuvo hablándote como 15 minutos sin parar, sonriendo como el que más...
Y nos lo cruzamos a dos metros de distancia y le levantas una mano en plan: "¡Hey X!"
Y "X" te vuelve la cara como si no te conociera y sale corriendo.
Volviendo al "botellódromo", siempre está "el charlatán". "El charlatán" está tan aburrido que le da igual ponerle una pistola en la cabeza al primer medio-conocido que se pase por delante con tal de tirarse hablando de todo lo que pueda hasta que su grupo de amigos se mueva de un lado para otro. Cuando nos cruzamos con "el charlatán" sabemos que tenemos que disimular al máximo y mezclarnos entre la multitud al instante. Si nos pilla se acabó, porque no tenemos la habilidad suficiente para cortarle la conversación y despedirnos. A los 10 minutos ya estamos diciendo cosas como: "Ah... si... oye que yo... si... me... si, si... oye... bueno sigue, sigue...".
Lo más gracioso de todo es que preguntes a quien preguntes te dirá: "No no, yo el botellódromo lo odio. En serio, no voy nunca..."
También es mi caso, pero por razones superiores a la física siempre hay algo que nos hace volver.
Antonio Pérez
PD: Suelo firmar las entradas con mi nombre para que sepaís que estas mierdas las escribe un servidor